Nació en Saladas, Corrientes, Argentina el 7 de septiembre de 1898. Fueron sus padres Don Ángel Pisarello y Doña Ulpiana Acuña; tuvo cuatro hermanos: Justo, Luis, Joel y María Pisarello. Vivió su niñez en la casona familiar ubicada junto a la laguna Guazú, (Independencia y Moreno) en Saladas. Falleció el 21 de Abril de 1986, a los 88 años de edad. Hoy, la Biblioteca Popular Municipal de Saladas lleva su nombre en merecido homenaje.
Sus estudios transcurren en su pueblo natal y en la ciudad de Corrientes, de donde egresa con el título de maestro, desempeñándose en una escuelita rural del paraje Anguá cerca del río Santa Lucía, lugar que le inspira más tarde para escribir el cuento "La Rinconada".
Posteriormente viaja a Buenos Aires y continúa ejerciendo la docencia al tiempo que cursa estudios de Derecho, pero su inclinación por las letras le hace abandonar la carrera.
Cesanteado por motivos ideológicos en 1949 se instala con su amigo Sorrentino en casa de sus mayores hasta que sobrevivió el derrocamiento del régimen y es repuesto en el cargo. Enseguida accede a una magra jubilación con la cual sigue "tirando" penosamente en el inquilinato de Villa Luro.
Por entonces ya había publicado "La Mano en la Tierra" (poemas en prosa, 1939); "Che retá" (imágenes y recuerdos de Saladas) y "Pan Curuica" (cuentos). Completan su labor creadora: "Las Lagunas", "La Poca Gente", y "En el Recuerdo de los Años" (memorias). Su obra fue concebida durante las vacaciones que pasaba todos los años en Saladas, aprovechando la quietud del pueblo para escribir sin pausas.
Octogenario cabal y de costumbres austeras, la muerte súbita golpea su noble corazón un frío atardecer en que comparte el ritual del mate en compañía de un joven que lo visita para escucharle hablar sobre entrañables temas de siempre.
Satisfaciendo un íntimo deseo expresado reiteradamente, sus cenizas descansan en el cementerio San Francisco de Asís de la ciudad de Saladas, por rara coincidencia cerca de la tumba de uno de sus personajes preferidos: el legendario gaucho Lega, a quien dedicará su antológico cuento "Hay Gauchos".
¿Por qué Pan Curuica no se lee en la escuela secundaria o se incluye en la bibliografía que el Ministerio de Educación sugiere como lectura en los programas en vigencia, siendo esta obra y las demás de Pisarello tan brillantes y realistas?
La persona era considerada como un objeto, como una cosa manipulable nos diría el existencialista cristiano Berdiaeff, o bien un ente caído entre los entes, según Heidegger, degradado en su existencia única e irrepetible, sin la dignidad, la singularidad, la preeminencia entre los seres que Dios le había asignado en la Creación (Biblia). Era muy dura la lucha por la vida, especialmente la del que no poseía un pedazo de tierra para su alimento y subsistencia. Es decir gozaba de la libertad civil, pero su situación de indigente, podía terminar en una libertad para morirse de hambre.
Gerardo Pisarello narra con asombro esta realidad de sus cuentos, en la que el paisano apenas sobrevive, trabajando todo el día para el patrón, el dueño de la tierra. La aguda observación caracteriza así a los siguientes cuentos: Polí, Jamario Torres (curandero y músico), No es justo, El entierro. Era tan dura la lucha por la vida, rayana en la indigencia, condenado a apenas subsistir, aun gozando de la libertad proclamada en la Constitución y las leyes, pero aún con plena vigencia, no era impedimento para que se muriese de hambre. Trabajaba casi como un esclavo, sin emitir quejas ni rezongos.
El correntino soportaba con estoicismo el sufrimiento, era duro, fuerte y tenaz. Su trabajo fue apreciado en provincias vecinas como Chaco, Santa Fe y Misiones. Era hábil jinete y diestro en el manejo de la tropa baguala. En cada cuento de la brillante pluma de Pisarello se hallan muchas reflexiones filosóficas y sociológicas de una vida acosada de privaciones y necesidades (necesidades básicas insatisfechas definen hoy los sociólogos).
Veamos el cuento No es justo, pág. 77: Entre mate y mate, Ciriaca le expresa a Luis, su esposo, nacimos pobres y pobres tenemos que morir. De nada nos sirvió trabajar, reflexión que se le escapa mientras contempla el maizal achicharrado por la espantosa sequía y el calor estival. Y esta reflexión surge a raíz de dos años consecutivos de fracasos en la cosecha de su chacra, la primera vez por la seca y la segunda por las abundantes lluvias que emponcharon todo el cultivo.
Son contradicciones climáticas imprevistas. En nuestro país el agricultor está librado a su propia suerte y no recibe tipo alguno de subsidio, como pasa con otras actividades productivas. Ciriaca, el personaje de la narración piensa en voz alta: Quién sabe si no es mejor que los pobres no tengan hijos. No está bien que vengan a sufrir los déficits de los padres (pág. 82).
Y el hombre responde: Esta pobreza tiene que acabar. No sé cómo, pero tiene que acabar. Indudablemente este problema es tan antiguo como la humanidad. Ya el gran Platón esbozó en su genial obra La República, la existencia de las clases sociales y de las injusticias sociales que sólo pueden atenuarse con una mejor distribución de las riquezas. Jesús también mencionó a los pobres y el Sermón de la Montaña es el más grandioso que se haya pronunciado, por eso su palabra es eterna (Giovanni Papini dixit, Historia de Cristo).
Gerardo Pisarello fue más lejos. Llegó hasta el alma del mestizo correntino; tituló sus libros en guaraní seguramente para resaltar la identidad de los hombres de su pago. La mano de la tierra, Che retá; Pan curuica, son algunas de sus obras que dan al relato su fisonomía regional. Como si el haber nacido en la tierra del Sargento Cabral le diera esa fuerza corajuda de pintar la terrible realidad del hombre que sufre angustias sociales, pero que al mismo tiempo aflora en su pecho el sapucay de la liberación.
IMAGEN ILUSTRATIVA: FOTO TOMADA POR PINO SOLANAS A GERARDO PISARELLO EN SALADAS EN EL AÑO 1965, AL FONDO LA LAGUNA GUAZU (Chilca)-(Foto: Gentileza Aldo Barberan)
Martes, 21 de abril de 2015