HOMENAJE. José Ramón Vidal era senador nacional, pero murió sirviendo como médico en la crisis de la fiebre amarilla. Hoy es homenajeado con una estatua en la plaza La Cruz y con su nombre en un hospital y una avenida.
PABLO MIGUEL
Twitter: SoyPabloMiguel
por Pablo Miguel Reyes Beyer
@soypablomiguel
En el arranque de 2020 el mundo se vio alarmado por el brote del coronavirus. Esta enfermedad originada en China pronto se expandió a varios países y generando el pánico de determinados sectores.
La situación es similar a una ocurrida en Corrientes aunque resultó mucho más grave y con consecuencias catastróficas. Ocurrió en 1871 y afectó también Paraguay y a Buenos Aires.
Se trata de la epidemia de la fiebre amarilla o, como se la conocía en ese entonces, la enfermedad del vómito negro. Esta enfermedad es transmitida por el mosquito aedes aegypti, el mismo vector del dengue.
En pocos meses murieron infectados entre 2.500 y 2.600 personas. Ese número representaba entre el 15 y el 20% de la población de la ciudad en aquel entonces.
INICIOS
Con el final de la guerra del Paraguay, Corrientes trabajaba para reorganizarse y dejar atrás los horrores del conflicto. En el vecino país la situación era desastrosa en todo ámbito, lo cual se replicaría numerosos problemas.
En ese contexto, en diciembre de 1870 comenzaron a llegar noticias sobre un brote de fiebre amarilla en Paraguay. La cercanía geográfica y el contacto permanente que existía con ese país ya anticipaban la posibilidad de la llegada de aquel mal en estas tierras.
La gente que arribaba en barco desde Asunción hablaba de los horrores que se vivían allí por lo que las noticias y el consecuente terror se esparcieron velozmente. El Gobierno y la Municipalidad comenzaron a trabajar en prevención.
Al miedo que tenía la gente se le sumó la desesperanza cuando los esfuerzos oficiales fueron en vano y en enero de 1871 se registraron los primeros casos. Las primeras escenas de pánico se registraron a comienzos de enero y giró en torno a la llegada del vapor paraguayo “Guaraní”.
A bordo venían personas con síntomas de fiebre amarilla por lo que una junta médica determinó que los pasajeros no bajen en el puerto correntino y que sigan en cuarentena. Sin embargo la Nación dictaminó que la ciudad ya estaba “infestada” y el 11 de enero realizó su escala correspondiente mientras que el resto de las ciudades Paraná abajo le cerraron las puertas.
Las víctimas fatales comenzaron a acumularse rápidamente y el pánico afectó transversalmente a la sociedad correntina, ya que el mosquito que la transmite no distingue razas, sexo ni clase social. El cuadro de situación era gravísimo.
El brote generó además un virtual aislamiento para la ciudad de Corrientes ya que los barcos que llegaban habitualmente dejaron de hacerlo y los que hacían escala en el puerto local elegían pasar de largo. Pronto comenzaron a escasear algunos elementos de la vida cotidiana.
Como la situación seguía empeorando con el paso de las semanas, la ciudad quedó prácticamente deshabitada por el éxodo que realizaron numerosas familias. En el ámbito político esto era visto como una señal de cobardía y hubo dirigentes vieron truncadas sus carreras por irse.
Eran tanto los muertos que el cementerio que estaba en la Iglesia de la Cruz colapsó, tuvieron que habilitar otro a orillas del arroyo Limita. Pero ante la falta de información oficial los datos de nuevos afectados iban llegando como rumores y los familiares de los convalecientes o los muertos pasaban a ser enemigos a los que ni se les abría la puerta.
El historiador Hernán Félix Gómez escribió sobre aquellos días que el miedo de la comunidad “adquirió caracteres de demencia. El orden, la justicia, el desarrollo normal del Derecho, fuéronse quebrando, para dar paso a la licencia y a la fuerza”. La prensa poco ayudaba a aplacar la desesperación.
LOS HÉROES
El gobernador Santiago Baibiene no estaba en Corrientes ya que se encontraba abocado a sus deberes militares. Pedro Igarzábal quedó como delegado y con sólo un empleado trabajaba en Casa de Gobierno.
La soledad de Igarzábal tenía una explicación. El jefe de Policía, Federico Roibón y el ministro de Hacienda e Instrucción Pública, Juan Esteban Martínez, estaban contagiados. En tanto que el titular de la cartera de Gobierno, Lisandro Segovia huyó a San Luis del Palmar para evitar la enfermedad. Peor fue en la Municipalidad, que quedó literalmente desierta.
Pero hubo otros ciudadanos que eligieron quedarse y aportar su colaboración para su sufriente comunidad. De ellos se destacaron numerosos doctores, farmacéuticos, mujeres que trabajaban en la beneficencia y ciudadanos comunes que trabajaron sin cuartel para asistir a los enfermos y evitar más contagios.
De todas estas personas, la más reconocida era el doctor José Ramón Vidal, quien había sido vicegobernador y era en ese entonces senador nacional. Por su labor ya era considerado un héroe y mucho más cuando se sumó a la lista de víctimas el 30 de abril.
Los meses fueron pasando y las buenas noticias no llegaban. Además en la ciudad de Buenos Aires la situación era todavía más catastrófica.
Como ocurre en tantas situaciones dramáticas, la religión fue el refugio de la ciudadanía. En aquel verano los templos se veían desbordados de fieles que elevaban sus plegarias pidiendo por el fin de la epidemia.
"Pero la Comisión Central de Salud Pública intervino: Suspendió la novena que se seguía en el templo de la Merced, e hizo silenciar las campanas; desde ese instante no se dobló por nadie, y los días fueron, como las noches, silenciosos”, explicó Gómez.
La epidemia recién se terminaría en junio y Corrientes tardaría mucho tiempo en recuperarse. Las víctimas fatales están estimadas entre los 2.500 y las 2.600 personas, algunas fuentes estiman que ese monto representaba entre el 15 y el 20% de la población total de la ciudad. Trazando ese paralelismo porcentual, es como que murieran unas 60 mil personas de la población correntina en 2020.
La respuesta a la epidemia fue que la sanidad pública tuvo un importante impulso por parte de las autoridades. Se comenzaron a implementar medidas que hubieran evitado el brote y que serían sumamente relevantes para los años posteriores.
Como un acto de justicia, los hombres y mujeres que trabajaron activamente para su comunidad en plena crisis pasaron a ser considerados Héroes civiles. Muchos de ellos, como el caso del doctor Vidal, dieron su vida por sus conciudadanos.
Integran la nómina doctores como José Ramón Vidal, Facundo Fernández, Federico Cossio y mujeres como Luisa Pujol de Gallino, Justina A. Pintos, Josefa B. Recalde. También por farmacéuticos como Popolizzio, Campana, Santiago Besseguer, Sebastián Sastre.
Pero también por ciudadanos comunes y funcionarios como Pedro Igarzábal, Tomás B. Apleyar, Augusto A. Meyer, Manuel Mayo, Luis Baibiene, Federico Roibón, entre otros.
La tragedia que representó la epidemia de la fiebre amarilla de 1871 es recordada con una estatua de Vidal en la plaza de La Cruz, obra del escultor Juan Carlos Oliva Navarro. En tanto que se le impuso el nombre Héroes civiles a una de las calles que rodea el hospital que también llamada en honor al malogrado galeno.
EL DATO REDACCIÓN MI SALADAS: En un párrafo de la nota de Pablo Miguel Beyer, señala:
"Eran tanto los muertos que el cementerio que estaba en la Iglesia de la Cruz colapsó, tuvieron que habilitar otro a orillas del arroyo Limita. Pero ante la falta de información oficial los datos de nuevos afectados iban llegando como rumores y los familiares de los convalecientes o los muertos pasaban a ser enemigos a los que ni se les abría la puerta."
En aquela época, en la ciudad Saladas, ocurrió algo similar, el cementerio que estaba en la Capilla de Las Saladas (actualIglesia San Jose de Saladas) colapsó, tuvieron que habilitar otro predio, que dio nacimiento al actual cementerio "San Francisco de Asís", de la ciudad e Saladas. En sus origenes, llamado Cementerio "La Soledad". (Libro de Entierros).
Aparentemente, presuntamente, conjeturamos...esta la duda planteada, en Saladas, se quiso homenajear al Dr. Jose Ramón Vidal imponiendo su nombre a una calle, pero le impusieron el nombre de Juan Ramón Vidal, quien fuera gobernador de la provincia de Corrientes en dos oportunidades, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. A todo este tema, Hernan Felix Gomez, en su libro "los Municipios de Saladas y San Lorenzo" identifica a esta calle de la ciudad de Saladas, como "Gobernador Juan Ramón Vidal", es el unico documento sobre el nombre de esta calle, conocida en Saladas solo como calle "Juan Ramón Vidal". Quizás fue en homenaje al gobernador, habria que ver la norma de imposicion del nombre y que dice en los considerandos.
Ya que estamos en el tema, otro punto saliente para recordar es que la estatua del Dr. Jose Ramon Vidal, erigido de plaza La Cruz de la ciudad de Corrientes, fue obra del escultor uruguayo,
Juan Carlos Oliva Navarro, (1888-1951) y el mismo que diseñó la estatua del Sargento Juan Bautista Cabral , situado en el centro de la plaza homónima del héroe de San Lorenzo, en su ciudad natal Saladas.