La hazaña lo logró el explorador y científico Florencio de Basaldúa (vasco de origen, pero nacionalizado argentino) cuando vino a Misiones, entre 1897 y 1899, a estudiar las riquezas misioneras con vistas a la colonización y en su calidad de delegado de la Nación Argentina en la Exposición Universal de París que tuvo lugar en 1900.
En su libro
“Pasado, presente y porvenir del Territorio de Misiones”, editado en 1901, narra prolijamente todas las excursiones que hizo en suelo misionero, incluyendo el vasto territorio transferido a Corrientes y una superficie similar al Brasil por el laudo de Cleveland.
Fue así que, sabiendo que San Martín era nativo de Yapeyú, viajó a ese pueblo en galera desde la capital de Misiones. Allí recorrió toda esa zona buscando antecedentes y testimonios de viejos habitantes hasta que el 25 de septiembre de 1899 localizó las ruinas de la casa donde había nacido el Padre de la Patria.
Para legalizar ese histórico descubrimiento, Basaldúa labró el acta correspondiente con las presencias del juez de Paz Santiago Gaya; el jefe municipal Balbino Olmedo, Augusto Frechou, Víctor Luca, Francisco Olivera y Enrique Moreira, a quienes acompañaron los vecinos más antiguos: Cecilio Ruidíaz, José Joaquín Fredes,
German Frechou, Alejandrina Vieira, Justo Soto, Carmelo Moreira, Francisco Pedelhez, Julián Vargas y Juan Molina, en su mayoría mayores de ochenta años.
Casa donde nació el Libertador José de San Martín, el 25 de febrero de 1778. Yapeyú, Corrientes 1899.
AGN_DDF/ Caja 1, inv: 375. pic.twitter.com/4nx2m02w6n
— Archivo General (@AGNArgentina)
February 25, 2019
El acta en cuestión Basaldúa trasladó luego al Congreso Nacional y al presidente de la Nación, general Julio Argentino Roca. De inmediato lanzó la iniciativa de recaudar fondos para levantar en el lugar un templete para proteger ese monumento histórico y, con esa finalidad, interesó a los medios periodísticos de entonces, señalando que solamente el diario La Nación accedió “… autorizándonos -dice Basaldúa- a disponer de la suma que fuere necesaria”.En Yapeyú había que concretar la adquisición del predio, por lo que una fracción “pertenecía al anciano criollo Cecilio Ruidíaz de Vivar y la otra parte a don José Olivera. El criollo -agrega-, aunque anciano y pobre, siente palpitar su corazón al recordar la grandeza del héroe a quien debe su título de hombre libre y de argentino; el otro, que en la víspera hubiese vendido en treinta pesos lo que le costaba veinte, al conocer que es dueño de una alhaja, siente solamente el despertar de su voracidad usuraria y ni las súplicas de sus hijos argentinos logran que florezca en él ese nobilísimo sentimiento que se llama gratitud”. Ruidíaz, en una escena que se desarrolló en el interior de las ruinas donde nació San Martín, “ante el juez de Paz de Yapeyú otorgó escritura de donación de aquella reliquia al señor general de división don José Ignacio de Garmendia, representante del presidente de la República”.
En cuanto a Olivera, éste de veinte pesos exigió 500.Al cierre de este histórico acontecimiento, Basaldúa expresa en su libro: “Cuando a mi regreso de Misiones entregué al presidente de la República las escrituras de autenticación y la de donación a la patria de la casa donde nació su fundador, el general Roca, conmovido como nunca lo he visto, me prometió tres cosas: premiar discretamente la patriótica generosidad del donante Ruidíaz; comisionarme para gestionar la adquisición de toda la casa y solar donde nació San Martín y apoyar ante el Honorable Congreso el proyecto de creación de una Gran Escuela de Artes y Oficios, adyacente a la cuna del Libertador”, iniciativa propiciada por Basaldúa.
Injusto olvido rará por lo menos treinta años que llevé a ese lugar histórico a mi esposa y algunos de mis hijos. Quiso la casualidad que en el templo que guarda esa histórica ruina se hallaban dos funcionarias, una de Yapeyú y la otra de la ciudad de Corrientes.
A ambas, que eran responsables de Turismo y de Educación, les pregunté si en ese pueblo había algún lugar, un monolito, un paseo o una calle con el nombre de Florencio de Basaldúa. A lo que respondieron negativamente y, peor aún, desconociendo que había sido ese vasco-argentino el que descubrió esa reliquia histórica. Desde entonces nunca más volvía a Yapeyú. Espero que se haya tributado el homenaje que se merece Distinción en Misiones.
Mientras Basaldúa exploraba la tierra misionera, acompañado casi siempre por Carlos Bosetti, venía observando “la bárbara destrucción de los vírgenes bosques misioneros”, con preferencia en cedros y yerbales. Es por esa tremenda deforestación que Basaldúa, desde el corazón mismo de la selva, propicia un proyecto de ley, cuyo artículo único mandaba: “No se concederá autorización para explotar bosques de yerba mate, ni de cedros, ni se permitirá salir esos productos de Misiones, sin que los obrajes den garantías suficientes de replantar diez árboles de cada especie destruida”.
Con el histórico libro acerqué esta trascendente iniciativa en el Ministerio de Ecología (página 189), sugiriendo que sería justo tributar un reconocimiento a semejante defensor de nuestros bosques a más de cien años de esa depredación.
Fue así que se dispuso designar con el nombre de Florencio de Basaldúa una reserva ecológica localizada en el nordeste de la provincia, cercana a la localidad de Andresito y que, posteriormente, se aprobó la Ley 3.968 del 24 de julio de 2003.
Otras iniciativas la obra de Basaldúa, que nunca fue reeditada y que ya lleva algo más de cien años de antigüedad, contiene descubrimientos y proyectos con visión de futuro que este científico ya adelantó en aquella época.
Aclara que “los jesuitas, dueños de América entera, al escoger el territorio de Misiones para centro de su imperio, fue sin dudas por ser el más fértil, el mejor regado y en el que, gracias a la cordillera central, hay gran variedad de climas en reducido espacio”. Se lamentó comprobar que una inmensa extensión “… ha sido vendida a la marchanta… Y puede decirse que en Misiones hay sólo diez propietarios, con centenares de leguas muchos de ellos”.
Sin embargo, es optimista respecto a “todas las riquezas que encierran todos estos territorios misioneros”, propiciando la impresión de folletos para ser distribuidos en Europa, confiando que “afluirán a los desiertos de Misiones torrentes de inmigrantes espontáneos que, sin costar un céntimo a la Nación, con su trabajo transformarán el desierto en emporio de civilización”.
Descubre también que todo el territorio misionero está compuesto por una inmensa minería, especialmente el hierro. Y en la zona de las Cataratas del Iguazú, a cuyo pie un indio le narra la leyenda de esa maravilla del mundo, con Naipir y Carobá como protagonistas, descubre el “árbol pan”, el yacaratiá, observando cómo los nativos comían la blanda pulpa del interior.
En Buenos Aires mandó a que se hagan los análisis químicos que dieron por resultado que la pulpa del yacaratiá es mucho más nutritiva que la leche materna, de la vaca, la cabra y la burra. No satisfecho con ese sensacional descubrimiento, hizo probar esa excepcional riqueza de la naturaleza misionera, nada menos que al presidente de la Nación, general Roca, y a todos sus ministros.
A cien años de ese descubrimiento, fue el ingeniero Roberto Pascutti, ya fallecido, residente en Eldorado, el que comenzó a producir originales dulces con la pasta del yacaratiá y que en lindos frascos de vidrio son ponderados por los turistas que llegan a Misiones. precisamente, para gestionar diligencias burocráticas, le facilité a Pascutti copias de los análisis químicos mencionados.
El turismo comentaba las conversaciones que mantuvo, entre otros, con el doctor Ramón Madariaga y con el cacique Bonifacio Maidana. Propicia que la línea ferroviaria llegue hasta Iguazú a través de las sierras centrales de Misiones y que se construya un puente internacional con Brasil entre el salto Errecaborde, en las Cataratas, y Foz, como también que el telégrafo llegue hasta ese lugar.
Estudió casi todos los arroyos describiendo que los desniveles existentes son “para instalar motores que muevan máquinas, disponiendo además de luz eléctrica sin más costo que el valor insignificante de un dínamo”.En la página 152 incluye una partitura, en clave de Sol y de Fa, al ritmo del 2/4, molto moderado, “Rumores del Iguazú”, una sorpresiva composición hecha por su hija, Manuela, desde La Plata, como resultado de los comentarios enviados por su padre desde Misiones.
Con seguridad, el primer homenaje musical a esas maravillas. Impresionado profundamente de las bellezas de la tierra colorada, Basaldúa también se adelanta en pronosticar el turismo masivo, tanto nacional como internacional, propiciando la construcción de “hoteles-sanatorium”, advirtiendo que “millares de argentinos que van a Europa, vendrán cómodamente instalados en estos palacios flotantes, que surcan nuestros grandes ríos, a oxigenar sus sangres empobrecidas en los perfumados bosques vírgenes de Misiones y a recrear sus ojos en esta maravilla incomparable -sin rival en el mundo- que se llama Cataratas del Iguazú, a cuyo lado el Niágara famoso es como el Riachuelo de Barracas al lado del Río de la Plata”.
Y concluye afirmando que “el territorio de Misiones es tal vez el más hermoso de la tierra y el que en menor superficie reúne más variado clima y producciones.
Rodeado por grandes y caudalosos ríos y atravesado por una sierra central, varía la temperatura del cálido al templado y de éste al frío, según se asciende desde las rientes orillas del Paraná, del Uruguay o del Iguazú, hasta las primeras lomadas o hasta las cumbres de las sierras”.
Reconocimiento en conocimiento, los miembros de la Academia Nacional de Educación de la admiración que vengo desplegando hacia Florencio de Basaldúa por todo lo que hizo por Misiones, a través del ingeniero José Luis Coll, recibí el libro sobre la vida y obra de ese gran explorador y científico, cuyo autor es el ingeniero Horacio C. Reggini, con prólogo del profesor Antonio Salonia. En sus casi 300 páginas se informa de la intensa actividad que desarrolló Basaldúa en casi todos los rincones de Argentina, con especial dedicación en Chaco, Formosa, Entre Ríos, Buenos Aires, Misiones y, fundamentalmente, Chubut. Como nota sorpresa se lee también que fue cónsul argentino en India, desde donde propició que se exporte yerba mate de Misiones a ese país.
Como síntesis del valor que tuvo y tiene para Argentina este aporte de “un vasco argentino”, Reggini afirma: “Nuestra historia es historia principalmente de renombrados protagonistas que han abarcado las páginas de los libros y los nombres de ciudades, calles y monumentos. Mas han quedado bajo su sombra otros que, aunque de menor brillo, también fueron forjadores de nuestra nacionalidad y entretejieron con sabiduría y pasión el pasado”.
Artículo aparecido en el Diario de Misiones, primera edición en Septiembre de 2010.
EL DATO REDACCION MISALADAS: Uno de los testigos de este hecho fue Don German Frechou, abuelo de su homónimo German Frechou, quien fue el esposo de la recordada Señora saladeña María Luisa "Sra. Lucha" Roman de Frechou y tatarabuelo del médico saladeño Dr. José Miguel Bonet.
El “original” German Frechou quien formó parte de los inmigrantes de Aquitania, Francia, llego a Argentina (1860) a través de las políticas inmigratorias establecidas durante los mandatos del gobernador de Corrientes el saladeño, Dr. Juan Gregorio Pujol Romero.
Por Redacción Mi Saladas/Lunes, 22 de agosto de 2022